martes, 9 de febrero de 2016

Sudor, lágrimas, aire... y triunfo.

Hacer una crónica de la carrera de este domingo se me hace difícil. ¡Tantas emociones acumuladas! ¡Tanto deseo por cumplir! En fin, voy a intentar reflejar, sin aburrir a nadie, lo que vivimos en esta carrera tan especial.
En 2015, en la preparación de mi participación en el Maratón de Sevilla, tomé parte en la carrera de 30 Kms que se celebra junto con el "Maratón de las Vías Verdes" de Arganda. Se aprovecha, para el recorrido, una pista ciclista que transita por el antiguo recorrido de un tren que circulaba por la vega del Tajuña. La organización de la carrera, el trato al corredor y el circuito me parecieron idóneos para que Roberto y yo volviésemos a enfrentarnos con Filípides tras el disgusto que sufrimos en la capital alemana en 2014. Así que poco a poco fuimos dando pasos para nuestra participación: consultamos con la organización, que nos ofreció la posibilidad de la inscripción conjunta, enrolamos a nuestro querido Pedro para compartir las tareas de guiado, y fuimos realizando la preparación que hemos reflejado en las entradas anteriores de este blog.
En las últimas semanas de preparación, las sensaciones eran inmejorables: la preparación física de Roberto había avanzado de manera correcta, el último entrenamiento largo nos dejó muy satisfechos... y encima, tuvimos la alegría de que se sumara al equipo un corredor de categoría como Capi, toledano incansable que acumula maratones y ultras con una facilidad pasmosa.
Con todos estos antecedentes, nos poníamos el domingo en la línea de salida... Carrera pequeña (131 llegados a meta), pero llena de corredores experimentados, dispuestos a afrontar un recorrido sin grandes dificultades orográficas hasta su kilómetro 25, en el que comienza una larga subida de más de cinco kilómetros (eso sí, de suave perfil toda ella, sin repechos duros). La mañana parecía benevolente, fría (normal, estamos en febrero) y con una ligera brisa del este (algo que nos favorecía, ya que el recorrido es dirección oeste).
¡¡¡Pum!!! Disparo y a correr. Desde el principio, el cuarteto se organiza para no forzar más de lo necesario, en un ritmo fácil que Roberto puede seguir perfectamente. Chistes, gracietas, comentarios, planes de futuro... En los avituallamientos (muy bien provistos) paramos a beber tranquilamente, y vamos cogiendo fruta y golosinas. Pasamos el kilómetro 5 en 26 minutos, y el 10 en 27, ya que el relieve tenía algún pequeño repecho... y empezó a aparecer el invitado que más temíamos: el viento. La ligera brisa favorable que teníamos desde la salida cambió de sentido, coincidiendo con la salida a un terreno más despejado, donde los pequeños terraplenes y la ausencia de grandes masas de vegetación hacía que el aire se convirtiese en un insidioso compañero de viaje. El parcial hasta el kilómetro 15 todavía mantendremos el ritmo de partida, cubriéndolo en menos de 27 minutos.
Tras la travesía de Perales de Tajuña, el viento sopla inmisericorde y frontalmente. Las camisetas flamean como banderolas, y vamos bandeando y haciendo abanicos, buscando en todo momento algún pequeño refugio, para evitar el castigo. Claro, el ritmo se va resintiendo... el tiempo se acumula, y pasamos el kilómetro 20 en poco más de 1 hora 50 minutos. Pero el castigo ya ha hecho mella. Comienza, además, el terreno más duro.
En la travesía de Morata, pese a los relevos en el guiado que vamos dando, Roberto comienza a manifestar signos claros de cansancio: las pisadas pesadas, la respiración trabajosa... vamos reduciendo el ritmo, ya que todos somos conscientes de que cualquier objetivo de tiempo que hubiésemos considerado se ha ido a la papelera, y que el objetivo va a ser llegar a meta. Y que vamos a sufrir lo que nos queda. Pasamos, por tanto, el kilómetro 25 en 2 horas 20.
A partir del avituallamiento ubicado a la salida de Morata, comienza la mayor dificultad orográfica, la subida a la cementera. Sin viento, es una subida agradable, larga pero sin grandes desniveles, que se puede realizar a un ritmo constante e incluso apretando un poco en los tramos finales, cuando la pendiente va disminuyendo de forma gradual mediante grandes curvones. Pero con el vendaval que nos acompaña, se trata de un tormento constante, en el que en ocasiones cuesta mantener la trayectoria. Vamos aprovechando las pequeñas trincheras para refugiarnos, y los relevos en el guiado pasan a ser más frecuentes, para añadir alguna motivación adicional a Roberto... que además, como ha relatado en la entrada anterior a esta crónica, tiene dificultades adicionales, ya que el aire dificulta su resto visual y la percepción de las referencias acústicas que tomó en nuestra tirada larga.
En ese momento, con Pedro a la guía, comenzamos a alternar pequeños tramos caminando con otros a un trote ligero. Los cuatro vamos muy cansados, y deambulamos por el asfalto rojo de la carrera deseando ver los carteles que señalan los puntos kilométricos. Seguimos animando a Roberto, no queremos que se desanime... y sabemos que nuestros ánimos son tan importantes como las fuerzas que van quedando. Ya el tiempo de paso da igual, tenemos que completar la carrera.
Una vez alcanzada la cementera que marca la cumbre, comienza un largo descenso hacia Arganda. En otras circunstancias, hubiésemos apretado el paso para aprovechar el terreno favorable... Pero hoy no. Continuamos acompañados por un aire (en este caso de costado) que no nos deja correr cómodos en ningún momento. Al menos, aprovechamos las largas rectas para rodear a Roberto y dejarle correr sin la atadura del testigo.
La llegada a Arganda tiene una dificultad añadida: se afronta una breve cuesta (no más de doscientos metros) pero de gran dureza. Una vez completada esta última dificultad, viene un tramo de callejeo urbano y la entrada en el polideportivo donde se encuentra la línea de meta. Afrontamos la última recta cogidos los cuatro de la mano, entrando bajo el arco con las manos alzadas. ¡Hemos triunfado!
Si, el tiempo que realizamos no ha sido muy bueno. Podríamos haberlo hecho mucho mejor. Pero hay circunstancias que no dependen de nosotros, y que en esta ocasión han condicionado claramente el resultado. Y ¡Qué carajo! Una victoria sufrida como esta también es victoria.
Como siempre pasa, Roberto decía, inmediatamente después de terminar la carrera, que con este maratón concluían sus enfrentamientos con la distancia mítica. No se yo... Me da a mí que antes o después recaeremos juntos.
Y ahora, los agradecimientos: en primer lugar, a Roberto. Tu tesón, tu confianza, tu arrojo y valentía me demuestran día a día que no me equivoqué en su momento cuando comenzamos a correr juntos. ¡Ojalá sigamos haciéndolo durante mucho tiempo! Por supuesto, a nuestras familias, que soportan las ausencias, las manías y todo lo que rodea a estos locos que corren. A Pedro y a Capi... sin duda, lo mejor de la vida es disfrutarla con gente como vosotros. ¡Compartiremos más aventuras!
Y por supuesto, a todos los que en algún momento os habéis preocupado por esta pareja de perjudicados que disfrutan corriendo.
¡Hasta pronto!

lunes, 8 de febrero de 2016

Desquiciado por el viento

La crónica es de Patxi, el lo hace mejor que yo, y no quiero usurpar campos ajenos.
A los guías ya les he dicho en persona, Y sabido es mi cariño admiración y respeto por ellos, así que centrémonos en lo importante, en las sensaciones de carrera.
Elegimos un maratón pequeño, Sin aglomeraciones, sin recovecos, todo ideal para recuperar las sensaciones perdidas en la distancia.
Y todo iba bien hasta el kilómetro 15 cuando el viento hizo acto de presencia de una manera despiadada. Como fenómeno natural que es, aparece cuando le viene en gana, Y pese a que teníamos su presencia, cuando apareció con tanta fuerza, fue imposible no someterse a sus efectos, esas cosas no se pueden ensayar, o si, si ahora tuviese que repetir una carrera, dónde este fenómeno tuviese probabilidades de estar presente, me equiparía de una manera diferente a la de ayer.
Primero, porque a mí el ojo se me seca más de lo normal, estoy gastando unas cuantas monodosis de suero debería haberlo pensado antes quizá, Y haberme llevado unas cuantas para los avituallamiento, pero claro, jamás se me había planteado tal circunstancia.
Mi resto visual es ínfimo, pero todavía me permite tener algunas referencias, Y las que no puedo tomar por el lado visual si lo hago por el lado auditivo. Pero claro, una vez que empieza el viento, y el ojo empieza a secarse, El viento también empieza a colarse por los oídos kilómetro a kilómetro, Y ello hace que mi estado de ánimo María por momentos, por ejemplo cuando empezamos a subir la cuesta de la cementera yo pienso que estamos más lejos que meta, y mi estado de ánimo sube hasta casi la euforia, Sin embargo la subida se hace con mucho viento, Y poco a poco voy perdiendo la orientación, la referencia del sonido de las hormigoneras, que había tomado la semana anterior no vale, pues es domingo, Y cuando llego arriba, mis sensaciones son malas, ahí se ha acabado el maratón. En la bajada sigue soplando el viento, y eso hace que cada kilómetro a mí se me multiplique por tres, incluso hay veces que las sensaciones eran como si corriese en una cinta.
Y es que, lo que hablaba anteriormente de maratón pequeño, Sin aglomeraciones etc., se vuelve en ese momento en mi contra. Con el viento en los oídos, si noción de espacio, empiezo a echar de menos al cosas de la vida, fue gracias a mis días, por lo que poco a poco voy sacando fuerzas de donde no las hay, ya trompicones, y algunos ratos andando, consigo llegar al polideportivo de Arganda. Donde tras una vuelta al estadio conseguimos entrar en meta, Y yo, que no soy nada fetichista en esto de las carreras, recibo una medalla conmemorativa, que sin duda ha sido la que más me ha costado conseguir en mis ocho maratones terminados. 
gún grito, público, pelotón de corredores etc. Soy consciente de que si bastante crítico soy con las multitudes, con 33 2 km en las piernas ayer las eche algo de menos.